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lunes, 23 de septiembre de 2013

Secuestro


Y aquí os dejo el relato que sale completo del cual podéis leer parte en mi articulo del periódico digital Canarias3puntocero Click aquí para ir al articulo




¿Qué me había pasado? ¿Dónde estaba?

Intenté moverme pero no pude, estaba tumbada sobre una superficie dura con los ojos tapados, atada de pies y manos, con mis piernas abiertas y mi cuerpo desnudo dejando ver todas mis vergüenzas.

Lo último que recordaba eran aquellos ojos verdes.

—Buenos días, bella durmiente —dijo una voz sexy desde un punto muy cercano a mí—. Me alegra ver que ya has despertado para así poder sentir, disfrutar y soñar.
—¿Quién eres? —Pregunté armándome de valor.
—Un sueño, el mejor de ellos.

En ese momento noté como algo rozaba mis pechos, era suave como una pluma, recorría éstos para luego bajar hacia a mi estómago y no llegar más allá.





Mi cuerpo me traicionaba excitándose, recordaba a quien pertenecía esa voz; era el hombre del accidente… Ojos verdes, espalda ancha, pelo con unos cuatro dedos de longitud, ondulado que no rizado, oscuro y despeinado, uno noventa de altura aproximadamente, labios carnosos y brazos fuertes.

¿Cómo había llegado a esa situación?

De repente salí de mis pensamientos al notar un mordisco en mi pecho.

—¿Sigues aquí?
—¿Co...Cómo he llegado hasta aquí?
—Te desmayaste sobre mí y no pude evitar traerte a mi castillo.

Noté como sonreía sobre mi pecho. Su cálido aliento y sus manos acariciando mi piel me desconcentraban. Mi cuerpo pedía más y mi mente decía que eso no estaba bien.

Al final, mi cuerpo ganó la batalla y se ofreció a él.

Mi sexo se humedeció respondiendo a sus caricias, mis pezones se endurecieron respondiendo a sus labios.

—¿Te gusta pequeña?
—Mmmm…
—Tomaré eso como una respuesta afirmativa.

Entonces sus besos se volvieron más agresivos, su lengua penetró en mi boca, dejándome desarmada. Deseaba tocarlo, coger su cabeza y obligarlo a no separarse de mí.

Comenzó a bajar su lengua por mi cuello, haciéndome estremecer. Suavemente rozaba cada rincón de mi cuerpo. Seguía poco a poco, despacio, desesperándome hasta que por fin llegó al monte de venus.

Lamió y mordió mi clítoris, provocándome, excitándome hasta puntos insospechados y, justamente cuando estaba a punto, se apartó de mí, retiró la venda de mis ojos, soltó las cuerdas y se fue hasta la pared de enfrente.

Me levanté buscándolo con la mirada, ¿qué había sucedido?

En ese instante nuestras miradas se cruzaron; sus ojos verdes esmeralda me miraban con pasión y deseo.

—Sobre la mesa tienes tu ropa, puedes marcharte.


La vi desorientada.

Tenía dudas pero se levantó lentamente de la camilla y fue hasta la mesa donde comenzó a vestirse lentamente. 

Me dolía el alma. No podía dejar que se fuera, pero tampoco podía obligarla a quedarse.

Me había equivocado y me la había llevado. La deseaba desde hacía meses y ella nunca me veía. Almorzaba todos los días en el mismo bar que ella, y mientras ella trabajaba en su ordenador portátil, yo la observaba desde las sombras.

Cuando la había visto desmayarse después de nuestro pequeño accidente, no había podido evitar montarla en mi coche y traerla a mi mundo.

Cerré los ojos, su olor me invadía y me hacía perder el norte de tal forma que si no lo remediaba, volvería a atarla para que no huyera de mí. La necesitaba, necesitaba su suave piel bajo mis dedos.

Una mano rozó mi mejilla, lo que hizo que abriera rápidamente los ojos: eran ella y sus ojos azules. Estaba delante de mí, desnuda de cintura para arriba. No podía creerlo, la tenía delante de mí y no me tenía miedo… Aunque respiraba con dificultad.

—¿Por qué me has desatado? —Me dijo con su suave y melódica voz.
—Si estás aquí quiero que sea por voluntad propia. Por mucho que te desee, no puedo obligarte a nada puesto que no es sólo un deseo sin lógica el que siento por ti, es algo mucho más fuerte.

Poniéndose de puntillas me besó. Mientras enredaba sus dedos en mi pelo, fue profundizando en ese dulce y cálido beso lleno de deseo y desesperación. 

La sujeté suavemente, enredando también mis dedos en su pelo; ella era el aire que necesitaba para seguir respirando.

Pero como lo bueno no suele durar, ella se separó de mí, se dio la vuelta y se fue dejándome allí, perdido en mis pensamientos sólo y descolocado. Aun la sentía en mis labios; su calor, su pasión, pero ella se había ido y seguramente nunca volvería.

Estaba acostada en mi cama, hacia una semana que me había escapado de aquel sótano, no sin antes darle un morreo a mi secuestrador. 

No sé qué era peor, el haberle besado o estar ahora pensando en él.

Desde que había vuelto no había ido a trabajar, había llamado a mis jefes diciendo que tenía una gastroenteritis muy fuerte y debía hacer reposo. Me había venido bien tener a María, mi amiga que era médico de cabecera, y quien me había hecho los justificantes y la baja. No me había preguntado mucho, ya sabía que cuando estaba mal me cerraba en banda cuanto más me preguntaran; ya se lo contaría yo cuando estuviese de ánimo. 

Pero mi baja terminaba hoy. En una hora tenía que ir a trabajar, y lo peor de todo es que no había dormido ni tres horas: tenía unas horribles pesadillas en las cuales me perdía en un tenebroso bosque seguida por unos hombres grandes y nada agradecidos. Luego llegaba a un castillo en ruinas donde me encontraba a mi secuestrador atado y azotado, caía de rodillas a sus pies y justo en ese momento me despertaba llorando.

Hora de levantarme. Primero me di una ducha rápida y rápidamente me puse mi traje de chaqueta con pantalón y zapatos con medio tacón, ni muy alto ni demasiado bajo. Me recogí el pelo en un moño informal, me puse mis gafas de sol sobre la cabeza, cogí mi maletín y comprobé que estaban el portátil, mis gafas de vista y todos los documentos que me había mandado Mireia desde la oficina (la verdad es que era una gran secretaria muy eficiente y además una gran amiga).

Salí de mi casa pasando las dos vueltas de la llave y bajé con el ascensor hasta el garaje. Allí estaba mi BMW Cabrio descapotable esperándome. Era rojo como la sangre y me encantaba.

Llegué a la oficina quince minutos antes, así que me dirigí a San Patrick, una cafetería que había dos números más abajo que mi oficina. Me senté donde siempre y pedí un capuchino, mientras abría mi ordenador y me ponía a trabajar ausente a todo, o por lo menos lo intentaba. En mi cabeza seguían esos ojos verdes que me volvían loca, esos labios cálidos, esas manos rozando mi piel. <<Mierda, ya estoy de nuevo. Debo dejar de pensar en él>>. Esto debía ser el Síndrome ese de Estocolmo, no podía ser otra cosa.

Me tomé mi capuchino, sin conseguir concentrarme en el ordenador, así que lo cerré y después de pagar lo que me había tomado, subí a mi despacho, donde el día no fue mucho mejor. Seguí perdida en mi mente y encerrada entre cuatro paredes de las cuales dos eran cristaleras; una ahumada y la otra transparente, que me dejaba unas vistas preciosas al mar mediterráneo.

Iba todos los días buscándola, ella nunca estaba. Hasta hoy. 

La vi entrar tan preciosa como siempre. Le indicó a la camarera que quería lo de todos los días, se sentó en su mesa habitual y sacó su ordenador. Era una mujer de costumbres pero hoy tenía muchas ojeras, cosa que no había conseguido tapar el maquillaje.

Los días continuaron igual: la veía en la cafetería, luego la esperaba a que saliera del trabajo y la seguía a casa. Me estaba convirtiendo en un acosador psicópata y esto no podía seguir así. Debía enfrentarme a ella y a mis sentimientos, debía coger el toro por los cuernos.

Un nuevo día se abría ante mí; de hoy no pasaba. 

Me puse mi mejor traje, cogí mi maletín y fui a donde ella desayunaba diariamente. La vi desayunar igual que todos los días, y vi cómo se dirigía a su oficina. Esperé veinte minutos antes de levantarme, pagué mi té rojo con leche y fui tras ella.

Después de quince minutos mirando la puerta de la empresa de abogados, decidí entrar. Me atendió una señorita muy amable que decía llamarse Mireia, tenía el pelo largo rizado y castaño como sus ojos.

—Buenos días, venía a visitar a la señorita Larks.
—Buenos días ¿señor?
—Sánchez, Alexander Sánchez.
—Señor Sánchez, ¿tenía cita?
—Pues.... La verdad es que no Señorita Mireia, pero querría darle una sorpresa. ¿Puede decirle que hay una persona que le trae un paquete y que se lo tiene que dar en mano?

Después de unos segundos eternos, al final asintió y cogió el teléfono.

—Cleissy, aquí hay un señor con un paquete que insiste en que debe dártelo en mano. ¿Bajas tú o sube él?

Hubo unos segundos de silencio en los que supongo que ella debía estar contestándole.

—Por supuesto, enseguida sube.

Colgando el teléfono me indico donde estaba el ascensor, aunque yo ya lo sabía.

Me dirigí a éste tranquilo, sin prisa pero sin pausa.

Toc toc toc

—Pase —dijo con su dulce voz desde dentro de su despacho.

Y así lo hice.

—Deje el paquete por donde pueda y deme el albarán antes que se le olvide —dijo concentrada en su ordenador.

Al ver que yo no me movía, levantó la cabeza, escapando así dos mechones de su oscura y rebelde melena. Sus preciosos ojos azules se encontraron con los míos y brillaron de forma desconcertante. No habló, sólo se levantó de su silla y caminando decidida vino hasta estar a tan solo unos centímetros de mí. Su respiración era rápida, descompensada al igual que la mía. Me soltó un bofetón que me cruzó la cara y seguidamente pasó algo que no me esperaba: se lanzó a mi cuello besándome como si fuera el aire que le faltaba, como si me necesitara más que nada en este mundo. Bajé una de mis manos por su cuerpo hasta su culo, mientras la otra la mantenía en la cabeza, cogiéndola cada vez más fuerte para que esta vez no tuviera escapatoria.

1 comentario:

  1. Waw!, me ha encantado! y me he quedado con ganas de más!, jejeje Cuando publicarás la continuación? espero que pronto!

    Saludos y bs!

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